jueves, 4 de octubre de 2012

Lech Walesa, ejemplo de vida


No hay Europa justa sin una
Polonia independente
Su Santidad Juan Pablo II



Mauro Marino Jiménez

Primeros años
 
Como el mundo sabe (y de ello tenemos certeza gracias a los historiadores) la vida de los grandes hombres -de aquellos que protagonizaron los cambios, las transformaciones, la forma de pensar de la gente- no siempre se inicia en medio de la opulencia o la fama de sus antepasados. Y, sin embargo, encontramos en ellos los talentos, las acciones y las decisiones que el mundo necesitaba para mejorar, para salir adelante, para ser cuestionado.
             Sustentados en lo anterior, trataremos un poco de lo que la riqueza de una vida puede conseguir en una tierra fértil en valores; en una tierra como Polonia, que ahora cosecha los frutos de sus hijos como Lech Walesa y Su Santidad Juan Pablo II, protectores de la justicia social, de la dignidad del ser humano y la democracia en el mundo. Por todo ello, los invito a conocer, poco a poco, algunas líneas sobre la historia del primero y de cómo hallamos en él no solo un modelo de valores, sino también, un ejemplo de vida a través de sus pequeñas y grandes experiencias.
            Lech Walesa nació en Popowo, una aldea ubicada -como en nuestra sierra peruana- en el corazón del territorio polaco; fuera del contacto con las grandes ciudades, y con distantes servicios educativos y religiosos. Sin embargo, también se ofrecía como un espacio en el que predominaba una constante  disposición del hombre para adaptarse a la naturaleza y vivir en armonía con otros seres. Interrelacionados y apreciados unos con otros por sus valores, talentos y acciones.
            En este escenario, diferente al que muchos de los que vivimos en grandes urbes conocemos, se desarrolló una joven mente: inquieta, rebelde, contestaría frente a la injusticia y amante de los problemas –diríamos- como son el romper la ventana de una casa cada mes; pero que, al cabo de los años, rompería el cristal por el que reyes, presidentes, cancilleres y primeros ministros veían el mundo. Irrompibles para hombres que piensan en la medida de sus ojos y que viven únicamente para aprovecharse de las circunstancias. Aquellas que, como muchos sabemos, levantan muros y oprimen a los otros.
            Pero volvamos a aquellos años del joven Lech Walesa. Aquellos años  de ventanas rotas, de terquedad por decir y hacer lo correcto y de curiosidad por descubrir el mundo. Años de travesuras, aquellos de 1943, en adelante, en los que vio la luz del mundo y recibió su educación básica en una escuela comunista, en una nación diezmada históricamente por dos vecinos poderosos que habían impuesto -cada uno en su momento- sus condiciones, su forma de gobierno, su estilo de vida y sus fuerzas militares. Era este el escenario en el que la Unión Soviética, una de las  Grandes Potencias de aquellos años, cobraba su trofeo de la Segunda Guerra Mundial, a través de su poderosa influencia en otras naciones.
            Dadas las urgencias económicas de la familia de Lech Walesa y la comunidad en general, los hombres pasaban de la educación básica al aprendizaje de un oficio práctico, como son la carpintería y la electricidad, y en los que habrían oportunidades de obtener reconocimiento. Lech Walesa eligió este último, fascinado por la naturaleza de esta energía, tan potente como invisible para el ojo humano. En paralelo, el descubrimiento de un automóvil visto en su escuela, hablarían de su fascinación por las nuevas tecnologías.
            Para muchos de nosotros, que solo tenemos referencias sobre la vida pública de nuestro distinguido invitado, podrían venir, en este momento, algunas preguntas. ¿Cómo una vida de origen humilde, que se dedicada a un oficio práctico fue convertida, de pronto, en aquella figura política que, en distintas latitudes del mundo conocemos como merecedora de un Premio Nobel y la Presidencia de la República de su país?  ¿Cómo, frente a la vida en una nación oprimida por un régimen que dirigía la mitad del mundo, resurge de pronto el cristianismo, la fe y la dignidad? ¿Cómo esbozar siquiera una respuesta que quiera explicar todos estos cambios sin omitir, al menos, una sola de las razones más importantes para este triunfo? 
 
La llegada a Gdansk
            Para comenzar a entender cómo cambió el curso en vida de nuestro invitado, debemos remitirnos a los acontecimientos que sucedieron en su etapa laboral, como electricista en el astillero Lenin de la ciudad de Gdansk. Para ese entonces, el futuro Premio Nobel ya contaba con más de veinte años y se ejercía su oficio tanto dentro como fuera de su propia localidad. Y fue en uno de estos viajes que, en un alto del tren que lo llevaba a un destino más lejano, Walesa decide bajar un momento en el terminal de Gdansk, para refrescarse del sofocante viaje. Lamentablemente para él, la persona encargada no le dio una referencia correcta del tiempo que duraría esta parada, por lo que se quedó varado en una ciudad en la que, como por accidente, conseguiría un empleo y permanecería treinta años para ayudar a cambiar la faz del mundo.
            La ciudad de Gdansk no era como la aldea de Popowo, en la que las personas se saludaban de forma transparente y comedida. No había que recorrer grandes distancias para llegar a la escuela o a la iglesia. Tampoco se respetaban las reglas o normas basadas en la justicia o el mérito. Gdansk era una antigua ciudad, fundada en la Edad Media, que, para la época, se consideraba una gran urbe. Esta contaba con un astillero que, además de ser el centro de trabajo de técnicos electricistas como Walesa, constituía una ventana al mundo por transmisiones radiales que mostraron cómo se manejaba el poder en los distintos gobiernos y que amenazaba permanentemente con devorar espíritus libres, imponiendo sus condiciones sobre la forma de vida que cada hombre llevaba.
            Es en este escenario, en el que la profesión elegida por Walesa y aquella que eventualmente lo haría conocido en el resto del mundo, se juntarían para cambiar el curso de la historia polaca.
            Recién llegado, y en calidad de desconocido, Lech Walesa comienza a vivir directamente los avatares de una clase oprimida por la desigualdad de clases, por la arbitrariedad de las autoridades de un gobierno comunista, impuesto desde la Segunda Guerra Mundial. Allí, poco a poco, se dejará sentir la voz de un hombre que hace lo contrario a lo que la mayoría elige: callar, otorgar, ceder, permitir, apañar. Allí, en un escenario en el que decidió pelear con la fuerza de la verdad y rechazando cualquier forma de violencia, es que las pequeñas y grandes protestas de los trabajadores del astillero Lenin serían escuchadas con cada vez más fuerza. Sin embargo, la respuesta fue durísima, y treinta y nueve  de ellas serían apagadas por la fuerza de las armas, hecho cruel que marcaría una derrota casi definitiva en el año 1970.

Diez años de aprendizaje
 
            Si lo vivido en 1970 hubiera sido suficiente para sofocar el temperamento y el amor por la verdad de Lech Walesa, probablemente no estaríamos contando esta historia. Fue precisamente en ese momento que esta nación, tensa por las imposiciones provenientes de la Segunda Guerra Mundial, atormentada por el puño del general Jaruzelski y sometida como las naciones de Hungría y Checoslovaquia, tuvo su respaldo en la determinación de un hombre cuya protesta pacífica represente la voz de todos los hombres; aquella que fue tomada como quimérica por reyes, presidentes, primeros ministros y cancilleres,  y que se convertiría en realidad por la dignidad de su pueblo.
            Para continuar con su lucha pacífica por la verdad, los trabajadores del astillero de la ciudad de Gdansk tuvieron que atravesar por un escrupuloso periodo de planificación, en el que aprendieron, sobre la base de su primera experiencia, a identificar las razones de su derrota inicial, a conocer los escenarios en los que podrían ganar, a evitar el derramamiento de sangre, a negociar, proteger la comida, organizar tareas de forma ordenada y considerar las posibles contingencias. Difícil tarea, sin duda, considerando los factores humanos y las posibles intervenciones que se podrían dar en estas situaciones. La experiencia de 1970 fue aprovechada durante los diez años siguientes por una organización singularmente responsable, pero sujeta a un permanente asedio del gobierno comunista. Sin embargo, otros factores importantes fueron de especial relevancia para la victoria final. El primero está resumido en las cualidades y decisiones de Lech Walesa para identificarse con la clase trabajadora, para ser transparente y consecuente con su gente, para transmitirles la fe en que la fuerza de la verdad podría triunfar frente a cualquier enemigo. El segundo era la fe en que Dios escucharía las oraciones de este pueblo, y que su intervención sería más poderosa que las armas humanas. Y así sucedió.

Un regalo de Dios
  

            Cuando ningún gobernante del mundo creía que fuera posible que el trabajo de Lech Walesa y su equipo consiguiesen derrotar el comunismo en su país, fue que la nación polaca recibió la ayuda de otro de sus hijos ilustres, venido también de origen humilde, de un pequeño pueblo y que trabajó, al igual que sus compatriotas de Gdansk, como obrero. Un hombre que, al asumir el lugar del apóstol Pedro en 1979, tomó el nombre de Juan Pablo II. En Polonia, los hombres y mujeres de cada localidad fueron abandonando el miedo y comenzaron a sentir esperanza en un futuro mejor. Un año después, el “Papa peregrino” acude a la capital de la nación que lo vio nacer y pide al Espíritu Santo que cambie la faz de este mundo, rodeado por miles de compatriotas.
            En unos pocos meses, el mundo había puesto sus ojos en Polonia. La influencia del Papa Juan Pablo II, junto con la creación oficial del movimiento Solidaridad, dirigido por Lech Walesa, habían golpeado la opresión del gobierno comunista, no solo en la ciudad de Gdansk, sino que se convirtieron en el núcleo de manifestaciones similares en todo el país. La fuerza de la fe y la lucha por la verdad y la justicia social habían coincidido en una sola causa.

 
La lucha continúa
 
Tras el golpe recibido en 1980, el Primer Ministro Jaruzelski había comprendido que estaba inmerso en una guerra en la que tenía posibilidades de perder.  Así que, falto de razones valederas para contrarrestar los argumentos de Solidaridad y otras agrupaciones, decidió utilizar la fuerza de las armas. Al año siguiente había establecido la ley marcial en todo el país, pretendiendo generar miedo a través de la represión, la dispersión y la detención. Y fue esa la suerte de Lech Walesa durante once meses. Felizmente, la presión mundial le había tendido una tribuna para declarar abiertamente el mismo discurso de justicia y verdad frente a un gobierno que se había mostrado injusto y desequilibrado. En Roma, Su Santidad Juan Pablo II sufrió un atentado a manos de un comunista turco y confiesa a un cardenal que, ante el temor de una invasión Rusa a Polonia, él mismo se pondría frente a los tanques. En nuestro país, miles de personas acudieron al llamado de nuestro ilustre escritor Mario Vargas Llosa y el periodista Luis Pásara para manifestar su apoyo a lo que representa Solidaridad no solo para su país, sino para el mundo entero. Agrupaciones de hombres y mujeres hicieron lo propio en distintos continentes.


Tras el arresto y los continuos despidos, Lech Walesa regresó, en 1983, a su puesto de electricista en el astillero de la ciudad de Gdansk. Hostigado por el gobierno comunista, pero con los ojos de todo el mundo y el apoyo de diez millones de personas, recibió el Premio Nobel de la Paz, el cual, como un justo homenaje a su propia lucha, fue donado a Solidaridad, señalando el gran esfuerzo de todos sus miembros y compartiendo un mensaje para todos los hombres, como señala en el discurso presentado para tal ocasión:

Creo que todas las naciones del mundo tienen el derecho de vivir con dignidad. Tengo la confianza en que, tarde o temprano, los derechos de cada hombre, familia y comunidades enteras van a ser respetados en cada rincón del mundo. El respeto de los derechos civiles y humanos en Polonia es del mayor interés en toda Europa. Y en ese interés, las aspiraciones de libertad de los polacos nunca serán sofocadas. El diálogo en Polonia es la única forma de mantener paz en su interior y un elemento indispensable para la paz en Europa.
           
            Estas palabras, pronunciadas para millones de hombres alrededor del mundo, fueron certeras en anunciar que los frutos de esta labor no serían solamente para Polonia, sino que, como señaló Su Santidad Juan Pablo II tres años antes, cambiaría la faz de este mundo.

Desde el astillero Lenin en adelante
 
            Los eventos suscitados en esos años habían abierto una nueva posibilidad para cambiar la historia de Polonia y el trabajo de Solidaridad seguiría tomando parte en este cambio.
            Tras años de trabajo y profundas victorias contra el gobierno comunista, fue en 1989 que la oposición y el oficialismo se sentaron, por primera vez, en una mesa redonda. La labor por los derechos en el astillero de años atrás se convirtió en una responsabilidad en el ámbito político, y Solidaridad consiguió un nuevo triunfo con la elección de Tadeusz Mazowiecki como Primer Ministro de Polonia, hecho que fortaleció la presencia de la democracia y comenzó a minar el poder del comunismo, imperante desde la Segunda Guerra Mundial en dicha nación. Este proceso, sin embargo, solo pudo consolidarse con la elección de Lech Walesa como Presidente de la República de Polonia en 1990, simbolizando no solo el cambio a un régimen auténticamente democrático, sino también el inicio de una nueva era en toda Europa.
            Otros eventos, motivados por el gran paso que había dado el pueblo de Polonia para obtener su independencia, tuvieron repercusión en el continente europeo. Tal es el caso de la destrucción del Muro de Berlín en 1989 y la firma del tratado de reunificación de Alemania en el mes de septiembre del siguiente año. En 1991, la otrora inexpugnable Unión Soviética se disolvía oficialmente, para brindar independencia a cada uno de sus estados, incluyendo también la liberación definitiva de varios países europeos, como son  Hungría y República Checa, los cuales, junto con Polonia, se integrarían, en 1999, a la Organización del Tratado del Atlántico Norte. Desde 1995, los principios del líder de Solidaridad se plasmaron en el Instituto Lech Walesa, dirigido a promover y preservar los valores de su nación, teniendo como ejes la actuación sobre la base los valores democráticos, la actividad pública y la investigación de la historia polaca. Y en esa década, países de distintas latitudes, sobre todo aquellos en los que todavía no se consolida la democracia, han conocido el apoyo de uno de los más ilustres hijos de una nación que logró lo que décadas atrás se consideraba imposible.
Actualmente, Lech Walesa recibe títulos y distinciones alrededor de todo el mundo, con la intención de brindarnos un mensaje de esperanza, de fe y de conciencia por la labor que cada uno de nosotros reconocemos profundamente auténticos y determinantes para el nuevo siglo que recién comienza. Una nueva época de Solidaridad en la que los pequeños y grandes emprendedores tendrán, como tiene él cada día, una responsabilidad para consigo mismo, para con los demás y para el mundo.
Cuando inicié la honrosa tarea de de escribir unas líneas sobre la fructífera e incansable labor de Lech Walesa, vinieron a mí preguntas que muchos hombres se han hecho en situaciones similares. ¿Cómo comenzar tan difícil tarea? ¿Cómo ser justo para exponer tan magna obra? ¿Cómo señalar lo importante que resulta para nosotros actos tan generosos y justos para con el prójimo? Preguntas difíciles, en la mayoría de los casos, pero que, tras conocer su férrea e inagotable fuerza de voluntad, el trabajo solidario, la preservación de los valores y su fe en que Dios puede hacernos participar de la transformación de este mundo en algo mejor, resultaron para mí hechos inspiradores, tanto para emitir estas palabras como para nuestros pequeños y grandes proyectos diarios, como son integrar una familia, lograrnos como personas e incluso asumir una responsabilidad para con el planeta. Lech Walesa es una de esas personas que, gracias a su experiencia de vida, nos muestra el Espíritu que debemos seguir.



DATOS BIOGRÁFICOS DE LECH WALESA
·         Nació en Popowo el 29 de septiembre del año 1943. Su padre era un respetado carpintero que vivió en carne propia la vida en un campo de concentración nazi durante la Segunda Guerra Mundial, hecho que debilitaría su salud y provocaría su fallecimiento poco después de retornar a su hogar. En el entorno familiar, su madre le brindaría una crianza de profundos valores, amor por la patria en compañía y bajo los cuidados de su hermano mayor.

·         En sus primeros años de vida, Lech Walesa estudió en una escuela en las cercanías de Chalin y Lipno. Años después, trabajaría como electricista y posteriormente sería reclutado en el ejército para cumplir su servicio militar obligatorio en Koszalin. Fue en esta etapa cuando comenzó a demostrar sus habilidades para resolver problemas y liderar equipos.

·         Luego de completar su servicio militar, Lech Walesa se trasladó a la ciudad de Gdansk en busca de mejores oportunidades. Dadas sus capacidades laborales, pronto conseguiría un trabajo en el astillero Lenin de dicha ciudad. Allí también conocería a su esposa Danuta Golos, con quien se casaría en 1969 y a quien encomendaría recibir el Premio Nobel en el año 1983.

·         A partir de 1968, Lech Walesa sería conocido por sus participaciones en las huelgas del astillero, así como en su cada vez mayor protagonismo en la organización del comité cuya presidencia alcanzaría en el año 1970.

·         Tras los acontecimientos de una huelga que tuvo el trágico saldo de 39 trabajadores muertos, Lech Walesa juró que nunca se repetiría un hecho como este, por lo que comenzó con un trabajo altamente comprometido con todas las acciones a ejecutar: la distribución de responsabilidades, reuniones de planificación y el compromiso de los trabajadores con el conocimiento de sus derechos. Se comprometió, asimismo, a brindar un homenaje cada año a las víctimas de aquella huelga, así como recordar a toda la comunidad de la importancia de la vida.

·         Este compromiso con sus compañeros de trabajo provocó la ira y de las autoridades, quienes expulsaron a Lech Walesa en el año 1976, por lo que tuvo que trabajar en otra empresa y, eventualmente, quedarse sin empleo. Estos hechos, así como el constante hostigamiento y espionaje a su familia por parte del gobierno constituyeron una gran prueba de resistencia para el líder de Solidaridad. Sin embargo, mantuvo su palabra por la dignidad y el bienestar de sus compatriotas.

·         Fue hasta 1980, en una famosa huelga organizada en agosto de este mismo año, que Lech Walesa y los trabajadores de Gdansk mostraron no solo su señal de protesta, sino también su mensaje de identificación con todos los hombres del mundo a través de la creación del movimiento Solidaridad. Apoyados por el Papa Juan Pablo II, hicieron de cada día de lucha pacífica una manifestación de fe para todo el mundo.

·         Como respuesta a estos eventos, el gobierno comunista decretó la ley marcial el 13 de diciembre de 1981. Lech Walesa fue arrestado durante once meses, hasta noviembre de 1982. Un año después, recuperaría su antiguo trabajo en el astillero Lenin.

·         Dada su lucha pacífica, solidaria y auténtica contra toda forma de opresión, atropello y atentado contra la dignidad de los ciudadanos polacos, Lech Walesa fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 1983. Sin embargo, para prevenir un eventual exilio de su país de origen, fue su esposa quien lo recibió en su representación. El premio, asimismo, fue donado a Solidaridad como apoyo a la labor que él y todos sus compañeros habían asumido como su máxima responsabilidad.

·         En 1989, un debilitado gobierno comunista aceptó negociar en una mesa redonda la transformación de la nación polaca. Gracias a la participación de Solidaridad en el parlamento se estableció el primer gobierno no comunista el 4 de junio de ese año. Asimismo, tras elecciones libres, uno de los miembros de Solidaridad, Tadeusz Mazowiecki,  fue elegido Primer Ministro, reemplazando el gobierno del general Jaruzelski.

·         Un año después, con las puertas de la democracia abiertas, Lech Walesa fue elegido Presidente de la República de Polonia. Nuestro doctor honoris causa dedicó toda su gestión a desalojar las fuerzas extranjeras, pagar la deuda externa y transformar la economía de su país a una de libre mercado. Su gobierno se caracterizó por mantener los principios de diálogo con todas las clases sociales, aquellas que lograron la libertad de su nación.

·         En 1995, fundó el Instituto Lech Walesa, el cual está dedicado a preservar, promover y difundir los principios democráticos y solidarios que trazó durante toda su vida, que ahora forman parte de la nación de Polonia y que se proyectan al mundo a través de su mensaje de paz y de respeto a la dignidad del ser humano. Debido a esa ininterrumpida labor, recibe constantemente homenajes y reconocimientos alrededor de todo el mundo.


 

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